LA OPINIÓN DE PACO BASANTA


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LA TRANQUILIDAD QUE SE ECHA DE MENOS


09-04-24 - Paco Basanta

Veljko Mrsic, entrenador del Río Breogán, comentó en la rueda de prensa previa al partido contra el Palencia que prefería un fin de temporada como el actual, es decir con el agua al cuello y con su equipo jugándose prácticamente la permanencia en cada partido que un fin de campaña como la anterior donde no había nada en juego a estas alturas de la temporada. Dios le conserve el gusto y también los nervios al técnico croata. No creo que haya muchos seguidores que compartan ese punto de vista. Al menos mi sensación es que la mayor parte de los aficionados están viviendo este tramo final de la competición de una manera muy parecida a lo que se podría identificar como angustia vital. Tengo la fortuna de poder compartir opiniones de manera habitual con seguidores del Breogán y desde luego no hay que ser un ducho en psicología para detectar en casi todos ellos, una evidente zozobra anímica, un claro desasosiego y una intranquilidad manifiesta. Y esto no debe de ser bueno para la salud.

Todo esto puede parecer exagerado pero solo para los que no conocen lo que es el sentimiento breoganista. Nadie mejor que la marea celeste sabe de sufrimiento y de lo que cuesta recuperar un puesto en la élite. Son muchos años de existencia y el Breogán ha pasado por todo tipo de vicisitudes aunque a diferencia de muchos otros sitios donde la acumulación de problemas_ generalmente económicos_ se zanjó con la desaparición de los clubes y en algunos casos con la posterior fundación de otros (y sobran ejemplos para documentarlo), en Lugo nunca se ha recurrido a la salida fácil. Entre otras cosas porque los aficionados nunca lo han permitido a pesar de los intentos _algún día habrá que hablar de las reuniones que se celebraron al final de una temporada buscando una fusión, que en realidad era un paso previo a la desaparición, entre el club breoganista con otra entidad gallega_ de poner fin a la sociedad breoganista que, por lo que se ve y sin llegar a comprender los motivos más allá de puras fobias o intereses personales, llegó a molestar y mucho, incluso a ciertos representantes políticos lucenses.

El Breogán no es, en definitiva, negociable. No es intercambiable y sus seguidores lo serán siempre, por eso lo defienden a muerte y por eso sufren como si realmente estuviera en juego algo realmente suyo que en realidad lo es porque siempre ha formado parte de sus vidas como en muchos casos, también antes lo fue de la de sus padres.

Por esto también se entiende que a pesar de una temporada llena de desgraciadas incidencias, con pocas alegrías e incluso con partidos que se podrían definir como poco atractivos por el juego desarrollado, la asistencia al Pazo no se ha resentido ni lo más mínimo. Al contrario se ha potenciado así como la implicación de los aficionados en cada partido. El apoyo del Pazo a sus jugadores el pasado fin de semana ante el Palencia fue espectacular. Pero las caras en las gradas antes y durante el partido no eran precisamente de fiesta sino de tensión derivado del pleno conocimiento de lo que estaba en juego, una tensión que solo se pudo liberar al final. Pero la alegría, en esta situación clasificatoria, dura poco porque el riesgo, el miedo en definitiva, se mantiene. Quedan semanas de sufrimiento. Por esto, querido coach, los seguidores del Breogán no necesitan motivaciones extra y, no lo dude, saben disfrutar de la tranquilidad. Este año la echan de menos.


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Nos van a necesitar


14-02-24 - Paco Basanta

El valor de un resultado para la consecución de un objetivo y la tensión que ello conlleva es un aditivo fundamental en el seguimiento de cualquier deporte y un gran generador de emociones. Es decir, para la inmensa mayoría de los aficionados conseguir la meta marcada, sean títulos, clasificaciones para jugar competiciones europeas o la permanencia, va generalmente mucho más allá del mero gusto, del disfrute de una disciplina en concreto. En cualquier competición que nos fijemos los técnicos, jugadores o aficionados estarían dispuestos a sacrificar el buen gusto, el virtuosismo o el espectáculo por el valor de una victoria. Ganar como sea.

Y el baloncesto no es, por supuesto, una excepción. Ciñéndose a la competición española, los efectos de los malos resultados pueden llegar a unas altas cotas de dramatismo, en especial si se habla de descenso, por el hecho de la desigual estructura en las dos primeras categorías. Descender de la Liga Endesa acarrea problemas que van mucho más allá de la esfera deportiva. La segunda categoría del baloncesto español no tiene la consideración de competición profesional, su repercusión mediática es casi nula y restringida prácticamente a los medios de comunicación locales y por lo tanto la capacidad de gestión económica se reduce en gran medida. Por eso los resultados son tan importantes. Un descenso no solo es la pérdida de un estatus deportivo, sino que puede llegar a poner en riesgo, sobran los ejemplos, la viabilidad del club en el caso de que no sea capaz en un tiempo récord de reorganizar, más bien simplificar o minimizar su estructura para hacer factible su nueva y poco visible realidad. Es duro asumirlo.

Por eso nada es comparable a la tensión que sufren aquellos equipos que pueden verse involucrados en el descenso de categoría, una sensación que va en aumento con el paso de las jornadas si la situación clasificatoria no se alivia. Los partidos, casi todos, se convierten en finales, el margen de error se reduce peligrosamente y todo lo que rodea al club cae también en esa presión creciente. Se vive prácticamente en el alambre y esto hace que se desaten los nervios, que aparezca la falta de confianza y que no en pocas ocasiones se adopten decisiones precipitadas o directamente malas que no hacen más que complicar la futura viabilidad de la entidad porque muchas veces todo ello se realiza a costa del equilibrio presupuestario.

Y con tanto en juego el interés, el seguimiento se multiplica. Las gradas de los equipos implicados se pueblan generosamente de un público mucho más participativo y más sensible emocionalmente y que en cuestión de un par de jugadas puede pasar del apoyo total a sus jugadores, al silencio que enmascara la decepción o a un enfado generalizado derivado de la frustración. Pero todo esto que dicho así suena incluso cruel es el gran motor para una competición como la Liga Endesa donde para la inmensa mayoría de los participantes luchar por el título es una quimera.

No ha faltado el debate sobre si el dramatismo del descenso era una losa para que los clubes pudieran realizar un proyecto deportivo a medio plazo (cuando la situación se complica desaparece cualquier diseño planteado) o incluso para que se pudiera dar alternativa a jugadores jóvenes. Durante varias temporadas, la Liga Endesa fue en la práctica una competición cerrada al establecer unas condiciones de ascenso que nadie podía asumir. El resultado no fue positivo. Con la mayor parte de los participantes sin un objetivo deportivo, el interés general decayó, empezando por los propios equipos que, por muy mal que fueran las cosas, no veían la necesidad de reforzarse convenientemente, de recurrir a su presupuesto, porque el fin y al cabo no había consecuencias. Esto influyó no solo en la calidad de la competición sino también, y no en pocos casos, en una reducción en la asistencia de los aficionados de aquellos equipos que encadenaban derrotas sin reaccionar.

Quedó claro que el espectáculo deportivo necesita alicientes e incluso ese toque de dramatismo de jugar en el alambre. Y de hecho en la ACB también se intentó explotar este camino ¿Quien no se acuerda de los crueles play off por la permanencia?. Los cuatro últimos clasificados, en algunas temporadas llegaron a ser nada menos que ocho, de la fase regular se median en una eliminatorias al mejor de tres victorias. No importaba nada lo realizado durante toda la fase regular. El que perdía esta eliminatoria abandonaba la competición. No era justo, no premiaba en absoluto la regularidad (se podían hacer cambios en las plantillas hasta el mismo inicio de esas eliminatorias) y además generaba tanta tensión que muchas veces no era fácil controlar y que derivaba en incidentes e incluso en malos modos en los propios participantes. Eso sí, en todos los pabellones, incluso aquellos casi despoblados en la fase regular, el lleno estaba asegurado porque olía a tragedia.

Afortunadamente todo aquello dio paso a premiar la regularidad. Ahora descienden los dos peores equipos después de 34 jornadas. Es lo justo. Y en ese camino se encuentra el Breogán una vez más. Por eso no les habrá sonado a raro nada de lo comentado anteriormente. En Lugo ya se conoce por propia experiencia lo que está en juego, el castigo que implica un descenso y todas las dificultades a superar como institución si se produce. Por eso es tan importante lo que viene a partir del dos de marzo. Habrá, antes del retorno de la competición, tres semanas para que el equipo realice un necesario reseteo, sobre todo a nivel mental y de sensaciones y para que se adapte lo antes posible la última y flamante incorporación, Rob Gray. A partir de ahí, quedarán 12 finales para defender la posición que tanto ha costado alcanzar. El equipo, sobre todo con ese retoque antes señalado, puede y debe superar la situación. No va a ser fácil pero lo que está claro es que la suerte final la defenderán ya de forma definitiva los jugadores que salten a la cancha el próximo dos de marzo. Serán los que defiendan nuestra suerte. Y nos van a necesitar.